Brotes verdes
El paseante terminó de leer y borrar los emails, apagó su ordenador y mientras lo hacía le llamó la atención el escorzo de una golondrina para introducirse en un hueco del pequeño deslunado de su vivienda. Al ponerse una ligera prenda de abrigo se dio cuenta de unos pequeños granos en sus muñecas, por fin salió de casa como cada día alrededor de las diez de la mañana. En aquella pequeña población del interior a esa hora la temperatura durante la mayor parte del año era la que más le gustaba, solamente en los meses de verano adelantaba la salida para evitar el calor. El itinerario discurría por caminos rurales rodeados de viñedos. Le acompañaba su perro Corso. Se cruzaba con otros paseantes solitarios como él o en grupos, con o sin perros. Los tenía catalogados y les daba nombres: Las chicas de oro, Los importantes, Las chicas de plata, El de la vara, La bruja de Vianos, El civilón... También conocía bien a los perros que se cruzaban con él, era importante para saber si debía amarrar al suyo o no. Corso con algunos se enfrentaba, con los más pequeños jugaba y con el resto practicaba el educado ritual de olerse el culo mutuamente. Corso tenía muy buenos modales.
Hacía casi seis años que se había jubilado y su mujer y él decidieron abandonar la estrechez del agobiante y bullicioso barrio periférico de la gran ciudad y trasladarse a un lugar más ancho y tranquilo donde sólo usaban el coche para visitar a sus hijos o ir al cine.
Durante aquellos paseos su mente estaba más activa y a la vez más contemplativa que en ninguna otra situación.
Aunque nunca había tenido relación con las tareas agrícolas conocía bien el ciclo vital del cultivo de la uva para la producción de vino. La vendimia en la segunda quincena de septiembre durante la cual todo el pueblo olía a bodega, la poda, el sarmentado y la preparación de la tierra para la temporada siguiente entre diciembre y marzo, la salida de los brotes a primeros de mayo, el despuntado un poco después...
Aquel día de finales de abril hacía bastante calor y había decidido cambiar el itinerario. Aunque ya había visto yemas muy hinchadas, todavía no habían salido los primeros brotes, pero por aquel camino se pasaba por delante de unos viñedos muy bien cultivados, de cepas altas con tutores metálicos y que sabía que se cultivaban de forma más industrial. Allí vio los primeros brotes verdes de la temporada. Ya no había duda, la primavera estaba empezando a controlar el ritmo vital de la naturaleza.
En el otoño de su vida empezaba a sentir el deterioro de su cuerpo, nada alarmante, pero si lo suficiente como para dudar de que aquel año disfrutaría de la habitual temporada de urgencias ancestrales o de un gran y molesto grano en el culo... todo podía pasar...
Siguió paseando mientras sus pensamientos se dejaban penetrar por los versos de Antonio Machado «Yo voy soñando caminos de la tarde...»
El paseante terminó de leer y borrar los emails, apagó su ordenador y mientras lo hacía le llamó la atención el escorzo de una golondrina para introducirse en un hueco del pequeño deslunado de su vivienda. Al ponerse una ligera prenda de abrigo se dio cuenta de unos pequeños granos en sus muñecas, por fin salió de casa como cada día alrededor de las diez de la mañana. En aquella pequeña población del interior a esa hora la temperatura durante la mayor parte del año era la que más le gustaba, solamente en los meses de verano adelantaba la salida para evitar el calor. El itinerario discurría por caminos rurales rodeados de viñedos. Le acompañaba su perro Corso. Se cruzaba con otros paseantes solitarios como él o en grupos, con o sin perros. Los tenía catalogados y les daba nombres: Las chicas de oro, Los importantes, Las chicas de plata, El de la vara, La bruja de Vianos, El civilón... También conocía bien a los perros que se cruzaban con él, era importante para saber si debía amarrar al suyo o no. Corso con algunos se enfrentaba, con los más pequeños jugaba y con el resto practicaba el educado ritual de olerse el culo mutuamente. Corso tenía muy buenos modales.
Hacía casi seis años que se había jubilado y su mujer y él decidieron abandonar la estrechez del agobiante y bullicioso barrio periférico de la gran ciudad y trasladarse a un lugar más ancho y tranquilo donde sólo usaban el coche para visitar a sus hijos o ir al cine.
Durante aquellos paseos su mente estaba más activa y a la vez más contemplativa que en ninguna otra situación.
Aunque nunca había tenido relación con las tareas agrícolas conocía bien el ciclo vital del cultivo de la uva para la producción de vino. La vendimia en la segunda quincena de septiembre durante la cual todo el pueblo olía a bodega, la poda, el sarmentado y la preparación de la tierra para la temporada siguiente entre diciembre y marzo, la salida de los brotes a primeros de mayo, el despuntado un poco después...
Aquel día de finales de abril hacía bastante calor y había decidido cambiar el itinerario. Aunque ya había visto yemas muy hinchadas, todavía no habían salido los primeros brotes, pero por aquel camino se pasaba por delante de unos viñedos muy bien cultivados, de cepas altas con tutores metálicos y que sabía que se cultivaban de forma más industrial. Allí vio los primeros brotes verdes de la temporada. Ya no había duda, la primavera estaba empezando a controlar el ritmo vital de la naturaleza.
En el otoño de su vida empezaba a sentir el deterioro de su cuerpo, nada alarmante, pero si lo suficiente como para dudar de que aquel año disfrutaría de la habitual temporada de urgencias ancestrales o de un gran y molesto grano en el culo... todo podía pasar...
Siguió paseando mientras sus pensamientos se dejaban penetrar por los versos de Antonio Machado «Yo voy soñando caminos de la tarde...»