A Sebastián Salmerón Sánchez alias Yenkas, no le gustaban sus siglas, esas tres «S» seguidas ofrecían una grafía demasiado «SSSiniestra». Los que sí le gustaban eran los acentos ortográficos de su nombre y apellidos, hacían que se proyectaran hacia arriba. Sus apenas metro y sesenta centímetros de estatura necesitaban de estos estímulos. Aunque se negaba a admitir que padecía complejo de bajito, lo cierto es que demostraba lo contrario. De joven con los amigos a la menor oportunidad pregonaba «...en la cama no hay estaturas...». Los coches que utilizaba siempre eran modelos grandes, tenía bastante éxito con las chicas, las buscaba más altas que él, y generosas de carnes.
A sus cincuenta y ocho años vivía sólo, rodeado de televisor, cadena musical, home cinema, wii y demás artilugios que intentaban amenizar su soledad, ¡ah! también le acompañaban dos gatos castrados, sendos recuerdos de sus dos ex-esposas. La primera, Amparo, lo abandonó cuando a ambos les tocó la lotería, se repartieron el dinero del premio y las pocas propiedades comunes que les quedaban las sortearon: a él le tocaron el gato y la bici, a ella los libros y el tocata con los discos. Con la segunda, Elena, fue él el abandonador, no sabía muy bien porque, quizá por resentimiento con la primera separación. En este caso si hubo compensación económica por parte de Yenkas a cambio del gato de Elena.
Con el dinero de la lotería montó una tienda de informática. Esta industria estaba en sus comienzos, no la informática en sí, sino la venta a nivel minoritario: ordenadores personales, redes, conexiones telefónicas y todo tipo de periféricos y consumibles. El aprendizaje del software lo solucionó acudiendo a una academia. Aprendiz de mucho y maestro de nada se sorprendió así mismo por la facilidad con la que aprendió la lógica de los lenguajes de programación, esta vertiente del negocio era la que más le gustaba y con el tiempo dejó en manos de sus empleados las ventas, instalaciones de hardware y la academia que también montó, para dedicarse en exclusiva al desarrollo e instalación de software a medida para pymes.
Fue en una de estas empresas donde conoció a Enrique Paredes, un asesor contable con el que tuvo necesidad de trabajar codo con codo para sacar adelante el plan de modernización de una empresa de distribución de productos farmacéuticos. Se entendían muy bien, Enrique sabía explicar con facilidad lo que necesitaba de la aplicación informática y entendía perfectamente las dificultades que le transmitía Yenkas para llevar a cabo alguna de las propuestas que le pedía. Su amistad apenas traspasaba el ámbito de lo profesional, pero había una gran confianza entre los dos. Alguna noche al acabar la jornada se tomaban una cerveza juntos, Enrique siempre quería acabar pronto porque le esperaban en casa su mujer y su hija.
Una mañana de invierno cuando ya llevaba una hora esperando a Enrique, le llegó la noticia de que había tenido un accidente en la autovía y estaba luchando por su vida, a las pocas horas le comunicaron que había muerto. El entierro sería a la mañana siguiente. No se quedó a trabajar, pasó el resto de la jornada deambulando por la tienda y entorpeciendo el trabajo de sus empleados.
Al día siguiente acudió al tanatorio para despedir a Enrique, al llegar se dio cuenta de que no conocía a nadie, pero de repente casi se tropezó con una mujer a la que si conocía, y muy bien porque durante muchos años la había tenido en sus recuerdos, ella no lo reconoció. Se retiró un poco y se dio cuenta de que era la viuda de Enrique, la sorpresa le dejó aturdido, había oído muchas veces a Enrique hablar con su mujer por teléfono y llamarla por su nombre: Elvira, pero nunca se le ocurrió pensar que Elvira era la Elvirín que él había conocido cuarenta años atrás. No supo afrontar la situación con naturalidad y se volvió a casa.
Dos años más tarde, cuando estaba empezando a notar los efectos de la primavera, un atardecer al cambiar la tierra a sus gatos se le mezclaron en la cabeza como en una coctelera las palabras: castrados, enamoramiento, volver, aburrimiento, ilusión... Elvirín. El resultado del combinado fue una inyección de adrenalina en su flujo sanguíneo, a partir de ahí todo fue muy rápido, se puso a buscar en las redes sociales de internet la forma de localizar a Elvirín, sabía que ella no sería usuaria pero posiblemente si lo fuera su hija, conocía sus apellidos pero no su nombre. Buscó «Paredes Quintero» aparecieron varias candidatas con sus fotos en FaceBook, por fin reconoció a una chica que se llamaba Natividad y se parecía mucho al desaparecido Enrique.
No sabía muy bien como abordar el contacto, cabía la posibilidad de que Natividad no fuera la hija de Enrique y Elvirín, pero de todas formas estaba dispuesto a arriesgarse. Elvirín lo merecía, había sido su primer enamoramiento serio y nunca se atrevió a proponerle una relación.
Lo primero que hizo fue abrir una dirección de correo electrónico nueva: yenkas@gmail.com.
Escribió varios textos de presentación teniendo en cuenta que no se iba a dirigir a Elvirín sino a su hija. No le gustaba ninguno. Por fin tuvo la feliz idea de aunar dos de sus más queridas pasiones: la informática y la música, conocía bien la canción Cançó a Mahalta de Lluis Llach, su letra reflejaba lo que él sentía por Elvirín, compuso un seudo-karaoke con música y letra utilizando Flash, el PowerPoint le parecía una horterada para principiantes. Preparó el correo electrónico.
Para: natipared33q@upv.es
Asunto: Para Elvirín con cariño.
Archivo adjunto: lluisllach01.swf
Lo guardó en borradores, se pasó dos semanas abriéndolo todos los días y pasando el ratón por encima del icono de Enviar hasta que una de las veces con los ojos cerrados, el dedo índice de su mano derecha presionó el botón izquierdo del ratón.
Ahora sólo quedaba esperar...
A sus cincuenta y ocho años vivía sólo, rodeado de televisor, cadena musical, home cinema, wii y demás artilugios que intentaban amenizar su soledad, ¡ah! también le acompañaban dos gatos castrados, sendos recuerdos de sus dos ex-esposas. La primera, Amparo, lo abandonó cuando a ambos les tocó la lotería, se repartieron el dinero del premio y las pocas propiedades comunes que les quedaban las sortearon: a él le tocaron el gato y la bici, a ella los libros y el tocata con los discos. Con la segunda, Elena, fue él el abandonador, no sabía muy bien porque, quizá por resentimiento con la primera separación. En este caso si hubo compensación económica por parte de Yenkas a cambio del gato de Elena.
Con el dinero de la lotería montó una tienda de informática. Esta industria estaba en sus comienzos, no la informática en sí, sino la venta a nivel minoritario: ordenadores personales, redes, conexiones telefónicas y todo tipo de periféricos y consumibles. El aprendizaje del software lo solucionó acudiendo a una academia. Aprendiz de mucho y maestro de nada se sorprendió así mismo por la facilidad con la que aprendió la lógica de los lenguajes de programación, esta vertiente del negocio era la que más le gustaba y con el tiempo dejó en manos de sus empleados las ventas, instalaciones de hardware y la academia que también montó, para dedicarse en exclusiva al desarrollo e instalación de software a medida para pymes.
Fue en una de estas empresas donde conoció a Enrique Paredes, un asesor contable con el que tuvo necesidad de trabajar codo con codo para sacar adelante el plan de modernización de una empresa de distribución de productos farmacéuticos. Se entendían muy bien, Enrique sabía explicar con facilidad lo que necesitaba de la aplicación informática y entendía perfectamente las dificultades que le transmitía Yenkas para llevar a cabo alguna de las propuestas que le pedía. Su amistad apenas traspasaba el ámbito de lo profesional, pero había una gran confianza entre los dos. Alguna noche al acabar la jornada se tomaban una cerveza juntos, Enrique siempre quería acabar pronto porque le esperaban en casa su mujer y su hija.
Una mañana de invierno cuando ya llevaba una hora esperando a Enrique, le llegó la noticia de que había tenido un accidente en la autovía y estaba luchando por su vida, a las pocas horas le comunicaron que había muerto. El entierro sería a la mañana siguiente. No se quedó a trabajar, pasó el resto de la jornada deambulando por la tienda y entorpeciendo el trabajo de sus empleados.
Al día siguiente acudió al tanatorio para despedir a Enrique, al llegar se dio cuenta de que no conocía a nadie, pero de repente casi se tropezó con una mujer a la que si conocía, y muy bien porque durante muchos años la había tenido en sus recuerdos, ella no lo reconoció. Se retiró un poco y se dio cuenta de que era la viuda de Enrique, la sorpresa le dejó aturdido, había oído muchas veces a Enrique hablar con su mujer por teléfono y llamarla por su nombre: Elvira, pero nunca se le ocurrió pensar que Elvira era la Elvirín que él había conocido cuarenta años atrás. No supo afrontar la situación con naturalidad y se volvió a casa.
Dos años más tarde, cuando estaba empezando a notar los efectos de la primavera, un atardecer al cambiar la tierra a sus gatos se le mezclaron en la cabeza como en una coctelera las palabras: castrados, enamoramiento, volver, aburrimiento, ilusión... Elvirín. El resultado del combinado fue una inyección de adrenalina en su flujo sanguíneo, a partir de ahí todo fue muy rápido, se puso a buscar en las redes sociales de internet la forma de localizar a Elvirín, sabía que ella no sería usuaria pero posiblemente si lo fuera su hija, conocía sus apellidos pero no su nombre. Buscó «Paredes Quintero» aparecieron varias candidatas con sus fotos en FaceBook, por fin reconoció a una chica que se llamaba Natividad y se parecía mucho al desaparecido Enrique.
No sabía muy bien como abordar el contacto, cabía la posibilidad de que Natividad no fuera la hija de Enrique y Elvirín, pero de todas formas estaba dispuesto a arriesgarse. Elvirín lo merecía, había sido su primer enamoramiento serio y nunca se atrevió a proponerle una relación.
Lo primero que hizo fue abrir una dirección de correo electrónico nueva: yenkas@gmail.com.
Escribió varios textos de presentación teniendo en cuenta que no se iba a dirigir a Elvirín sino a su hija. No le gustaba ninguno. Por fin tuvo la feliz idea de aunar dos de sus más queridas pasiones: la informática y la música, conocía bien la canción Cançó a Mahalta de Lluis Llach, su letra reflejaba lo que él sentía por Elvirín, compuso un seudo-karaoke con música y letra utilizando Flash, el PowerPoint le parecía una horterada para principiantes. Preparó el correo electrónico.
Para: natipared33q@upv.es
Asunto: Para Elvirín con cariño.
Archivo adjunto: lluisllach01.swf
Lo guardó en borradores, se pasó dos semanas abriéndolo todos los días y pasando el ratón por encima del icono de Enviar hasta que una de las veces con los ojos cerrados, el dedo índice de su mano derecha presionó el botón izquierdo del ratón.
Ahora sólo quedaba esperar...
¡Qué gráfico, lo de tener el mail en borradores durante dos semanas! Ahí sí que muestras...
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