Loren por fin había conseguido terminar pronto aquella tarde de viernes, no le sirvió de mucho porque tuvo que sufrir los atascos de la hora punta para volver a casa. Vivía en un adosado de una urbanización de tipo medio en las afueras de la capital de la autonomía en la que era Jefe de protocolo. Este desplazamiento a su casa al final de la jornada siempre lo abordaba sin prisa, no le esperaba nadie, hacía seis meses que se había separado de su mujer. El viaje le servía para reflexionar y relajarse, después en casa ya no le quedaban ganas de nada, se abandonaba al güisqui y la televisión.
Los últimos días habían sido agotadores, había tenido que acompañar a la titular de la Consejería de educación de gira por varios colegios e institutos por la necesidad de conseguir adhesiones para su política de reformas.
Las visitas consistían en una reunión con los profesores del centro y una improvisada arenga a un grupo selecto de alumnas y alumnos. En este discursillo siempre pronunciaba una frase parecida a esta: «...siento envidia sana de la educación que estáis recibiendo y del futuro que os espera en esta autonomía que está a la vanguardia del país...»
Estas dos palabras juntas «envidia sana» no las podía sufrir, la envidia era envidia y no tenía nada de sana sino de dolorosa, si algún calificativo podía acompañar a la palabra envidia era el de «cochina» ¿Quién no había usado o recibido en reuniones de quinceañeros y quinceañeras la frase: Lo que tu tienes es envidia cochina? Lo de envidia sana debió de ser el invento de algún político del Nacional Catolicismo.
La envidia se puede transformar en impotencia o conformismo, o en orgullo cuando las cualidades a envidiar son de tus seres queridos principalmente cónyuge y descendientes.
También se puede transformar en admiración, esto último es lo que sentía Loren por:
...el contenido y la amenidad de los artículos de Manuel Vicent...
...la voz y la técnica vocal de Carlos Álvarez...
...la fuerza y alegría al escalar un puerto de montaña del mítico Marco Pantani...
...la facilidad de componer e interpretar al piano de Claude Bolling...
...la capacidad de hacer llorar a una guitarra como lo hacía Atahualpa Yupanqui con sus manos artrósicas...
...y más, mucho más...
Por fín llegó a casa, se puso una ropa cómoda y después del primer güisqui apagó el televisor, busco su guitarra, la afinó y juró que pasaría todo el fin de semana practicando hasta que le sangraran las yemas de los dedos.
Los últimos días habían sido agotadores, había tenido que acompañar a la titular de la Consejería de educación de gira por varios colegios e institutos por la necesidad de conseguir adhesiones para su política de reformas.
Las visitas consistían en una reunión con los profesores del centro y una improvisada arenga a un grupo selecto de alumnas y alumnos. En este discursillo siempre pronunciaba una frase parecida a esta: «...siento envidia sana de la educación que estáis recibiendo y del futuro que os espera en esta autonomía que está a la vanguardia del país...»
Estas dos palabras juntas «envidia sana» no las podía sufrir, la envidia era envidia y no tenía nada de sana sino de dolorosa, si algún calificativo podía acompañar a la palabra envidia era el de «cochina» ¿Quién no había usado o recibido en reuniones de quinceañeros y quinceañeras la frase: Lo que tu tienes es envidia cochina? Lo de envidia sana debió de ser el invento de algún político del Nacional Catolicismo.
La envidia se puede transformar en impotencia o conformismo, o en orgullo cuando las cualidades a envidiar son de tus seres queridos principalmente cónyuge y descendientes.
También se puede transformar en admiración, esto último es lo que sentía Loren por:
...el contenido y la amenidad de los artículos de Manuel Vicent...
...la voz y la técnica vocal de Carlos Álvarez...
...la fuerza y alegría al escalar un puerto de montaña del mítico Marco Pantani...
...la facilidad de componer e interpretar al piano de Claude Bolling...
...la capacidad de hacer llorar a una guitarra como lo hacía Atahualpa Yupanqui con sus manos artrósicas...
...y más, mucho más...
Por fín llegó a casa, se puso una ropa cómoda y después del primer güisqui apagó el televisor, busco su guitarra, la afinó y juró que pasaría todo el fin de semana practicando hasta que le sangraran las yemas de los dedos.
Nunca la envidia puede ser sana, cuando en el diccionario de la R.A.E. dice; Envidia: tristeza o pesar del bien ajeno y en Envidiar: dolerse del bien ajeno.Lo triste es que sí, que hay gente envidiosa hasta de sus vástagos y de su pareja, ya ni te cuento.
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