lunes, 31 de mayo de 2010

Pecados capitales III

PEREZA

Lunes, 7:30 AM, suena el despertador, Loren no tiene que ir a trabajar, el sábado y el domingo ha tenido lugar la traca final de la operación «Tres Tristes Trajes», se acostó tarde y aunque no tiene prisa esta mañana, prefiere que la alarma suene a la misma hora de siempre para disfrutar de ese dulcísimo duermevela de las mañanitas del mes de Mayo, conecta la radio, después de una hora de oír las mismas noticias una y otra vez, y los mismos anuncios de todos los días decide levantarse, le cuesta mucho, pone los pies sobre las zapatillas pero mantiene la espalda sobre la cama, intenta incorporarse pero no tiene suficiente fuerza de voluntad y permanece en esta postura un rato, se le duerme la pierna izquierda, siempre ha tenido su parte izquierda más negligente que la derecha, vuelve a poner las piernas sobre la cama sin taparse, siente frío en los pies pero no tiene reflejos para moverse, se da la vuelta y consigue dormir media hora más, cuando se despierta está liado con las sábanas, se levanta, llega al lavabo, con un dedo de cada mano un poco humedecido se quita las legañas, se pesa, ha engordado medio kilo, se pone las gafas, se vuelve a pesar, ha adelgazado ochocientos gramos, le gusta esa báscula porque de vez en cuando su mal funcionamiento le proporciona estas alegrías.
Llega a la cocina pensando que tiene que prepararse un buen desayuno que le proporcionará energía para despertarse de una vez... sólo consigue comer algo chiquitito uou-uou-uou, la visión del fregadero henchido con tres hornadas de platos, cubiertos y cacerolas de las cenas y desayunos le causa malestar y no consigue tragar el desayuno, se desplaza hasta el salón con los cereales y el zumo de naranja, por fin logra terminárselo todo, no quiere volver a la cocina por lo de los platos, deja el servicio del desayuno en la mesita del salón, coge la guitarra, no consigue que sus dedos sean capaces de interpretar algún acorde o punteo digno de ser calificado como música, casi se le cae la guitarra de entre las manos, se pone un güisqui, vuelve a la cocina a coger hielo: no hay, con un supremo ejercicio de voluntad llena el depósito de los cubitos del congelador, parece que su cuerpo se está despertando, vacía el güisqui en el fregadero, no le gusta caliente, llena el fregaplatos con el contenido de las pilas, pone una pastilla de detergente y cuando lo enchufa el muy cabrón se queja de que le falta sal... no tiene fuerzas para llenar el depósito y lo apaga.
Con algo más de decisión vuelve al dormitorio, se viste de trapillo y sale de casa. Sólo quiere pasear despacio y tomar el sol como los fardachos, poco a poco va componiendo el programa del día: «llamará a algún amigote y se irán a comer juntos... lo malo es que es lunes y hay muchos restaurantes cerrados... bueno ya encontrarán alguno, no hay prisa, por la tarde... pues al cine y por la noche... podría llamar a alguna... mejor no... comprará comida para las cenas de la semana, y ya en casa llenará de sal el depósito del fregaplatos, cenará un poco y después con un güisqui con hielo conseguirá tocar la guitarra dignamente...»

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