Loren volvía a casa más agotado que nunca, la operación: «Un presidente no se vende por tres trajes» había movilizado a todas las consejerías, estaba en entredicho el honor del molt honorable. En realidad estaban en entredicho y en peligro muchas cosas más pero había que mantener la calma y aparentar tranquilidad absoluta.
Esto de disimular era lo que más fatigaba a Loren, menos mal que no tenía que viajar desde «Finisterre hasta el cabo de Gata», solamente había que acudir a algunos centros de poder muy concretos dentro del territorio autonómico y algún otro en la capital del estado.
Estos contactos la mayoría de las veces acababan o transcurrían durante un almuerzo, él almorzaba después, a veces demasiado después y aunque era de buen comer no disfrutaba de las delicias de la buena mesa en esas circunstancias...
Siempre había sido gran comedor, de adolescente su crecimiento corporal fue muy rápido, en el internado donde estudió aprendió a no pasar hambre, sabía que a las dos horas después de comer y antes de que llegara la merienda su apetito le pedía más, lo aplacaba comiendo un bocadillo con aceite y sal obtenido con trozos de los panecillos más enteros que les habían sobrado a sus compañeros. Pasada esa etapa y ya fuera del internado se había acostumbrado a comer cada vez que le apetecía. Poco fumador, intentaba aplacar sus ansiedades comiendo.
Salvo algunas pequeñas manías le gustaba todo y podía disfrutar igualmente comiendo un chuletón asado que un plato de verdura hervida. Prefería los platos de cuchara a los de tenedor, el pescado al marisco, los arroces caldosos a los secos y le chiflaban los potajes, olletas, pucheros y calderetas.
A su edad y dado lo estresante de su actividad, había intentado varias veces seguir una dieta, era inútil la disciplina, sabía que irremediablemente pertenecía a la misma tribu que Carpanta y Homer Simpson... con todas sus consecuencias.
Aquella noche en casa se preparó una lata de callos con garbanzos mezclada con una tarrina de arroz integral al minuto. Después una onza de chocolate sin azúcar y mientras tocaba la guitarra... un buen güisqui con hielo...
Esto de disimular era lo que más fatigaba a Loren, menos mal que no tenía que viajar desde «Finisterre hasta el cabo de Gata», solamente había que acudir a algunos centros de poder muy concretos dentro del territorio autonómico y algún otro en la capital del estado.
Estos contactos la mayoría de las veces acababan o transcurrían durante un almuerzo, él almorzaba después, a veces demasiado después y aunque era de buen comer no disfrutaba de las delicias de la buena mesa en esas circunstancias...
Siempre había sido gran comedor, de adolescente su crecimiento corporal fue muy rápido, en el internado donde estudió aprendió a no pasar hambre, sabía que a las dos horas después de comer y antes de que llegara la merienda su apetito le pedía más, lo aplacaba comiendo un bocadillo con aceite y sal obtenido con trozos de los panecillos más enteros que les habían sobrado a sus compañeros. Pasada esa etapa y ya fuera del internado se había acostumbrado a comer cada vez que le apetecía. Poco fumador, intentaba aplacar sus ansiedades comiendo.
Salvo algunas pequeñas manías le gustaba todo y podía disfrutar igualmente comiendo un chuletón asado que un plato de verdura hervida. Prefería los platos de cuchara a los de tenedor, el pescado al marisco, los arroces caldosos a los secos y le chiflaban los potajes, olletas, pucheros y calderetas.
A su edad y dado lo estresante de su actividad, había intentado varias veces seguir una dieta, era inútil la disciplina, sabía que irremediablemente pertenecía a la misma tribu que Carpanta y Homer Simpson... con todas sus consecuencias.
Aquella noche en casa se preparó una lata de callos con garbanzos mezclada con una tarrina de arroz integral al minuto. Después una onza de chocolate sin azúcar y mientras tocaba la guitarra... un buen güisqui con hielo...
¡Caray amigo! estás creando una gran novela, porque la intriga ya está servida.
ResponderEliminar